Lo que viene sucediendo en Palestina desde el asentamiento del nuevo Estado de Israel en mayo de 1948, en el territorio histórico de Palestina, es un desplazamiento continuado de la población palestina originaria por la presión de los sectores ultras, más radicales, ultra ortodoxos del judaísmo, y de sus gobiernos más conservadores y ultras del Estado Hebreo.
En la política de los últimos gobiernos israelíes estas posiciones se vienen radicalizando, negando la posibilidad del acuerdo y la coexistencia pacífica con los palestinos, eliminando el código de la tolerancia y el diálogo. Hubo hace algunos años una posibilidad, por ahora muy lejana, de hacer coexistir dos Estados, el de Israel y el de Palestina, pero se ha ido diluyendo. Los acontecimientos de los últimos meses solo han provocado mayores enfrentamientos, odios, violencia y destrucción, siempre azuzados por extremismos como Hamas y los sectores más intransigentes de los hebreos, hoy representados en el gobierno de aquel país de larga tradición histórica y bíblica. El deseo y la cultura de la paz parecen hoy más alejadas que nunca, después de varias guerras, constantes enfrentamientos, y sobre todo lo que parece estar consolidándose como el genocidio de los palestinos, especialmente en Gaza, pero también en Cisjordania.
Es cierto que Israel es un Estado democrático, donde mal coexisten diferentes tendencias políticas, tanto en el Parlamento como en la calle. De hecho, la composición parlamentaria es heterogénea, un mosaico de opciones polñiticas, aunque ahora dominan las fuerzas más duras, intransigentes y dogmáticas de la política hebrea y del judaísmo. De hecho, ahora están gobernando con brutalidad calculada los sectores políticos ultraconservadores. Tampoco vale decir que ese es el juego de la democracia, porque también la Alemania del III Reich llevó a Hitler al poder, mediante elecciones libres, y eso bien lo conocen los judíos de todo el mundo, y cualquier ciudadano medianamente informado que habite el planeta Tierra.
Lo cierto es que ahora tenemos todos los indicios y obviedades de que estamos asistiendo a un genocidio del pueblo palestino por parte del ejército de Israel. El genocidio es el exterminio sistemático de un grupo humano por motivos de raza, etnia, religión o nacionalidad. Se trata de un delito internacional que busca la destrucción total o parcial de un grupo específico. De ahí que resulte fácil de deducir que ahora en Palestina se está cometiendo un genocidio, ya en fase avanzada. Y esta tropelía se produce con la connivencia y el apoyo de los USA y de gobiernos conservadores, varios europeos y también de otros continentes, alguno de ellos incluso de procedencia árabe y también musulmana. Por cierto, entre los palestinos predominan los practicantes de la religión islámica, pero también conviven sectores cristianos, como muy bien puso de manifiesto el apoyo moral prestado a los católicos palestinos de Gaza por el recién fallecido Papa Francisco durante los últimos meses de su vida.
Lo cierto y terrible es que se está aplastando al pueblo palestino, principalmente en Gaza (de donde pueden ser expulsados por los israelíes, de acuerdo con el inmoral, chulesco y esperpéntico alarde y bravuconada del presidente de los USA, D. Trump, para convertir la franja en un atractivo resort turístico). Lo que vemos y oímos en informativos diarios es el terror de la muerte de más de dos millones de personas palestinas, sometidos a bombardeos constantes e indiscriminados, miles de niños, mujeres y ancianos empujados a la muerte por la hambruna y el horror.
¿Cómo puede ser posible vivir y sostenerse con ánimo en situación tan brutal y dolorosa, vivida ya desde hace varios meses? ¿Cómo no echarse las manos a la cabeza mientras aumente el número de asesinatos premeditados, que ya alcanzan más de 52.000 identificados?
No vale justificar ladinamente que la provocación fue de Hamas (también injustificable, por cierto), porque el tema palestino de la convivencia con los hebreos se arrastra desde mucho más atrás. Además, la brutalidad y generalización de la respuesta militar contra los palestinos no tiene justificación alguna.
Lo tremendo del asunto es que buena parte del mundo parece mirar hacia otro lado, prefiere no darse por aludido, no abre la boca y la denuncia frente a este brutal genocidio israelí sobre los palestinos. Pero, ojo, mirar para otro lado ante la injusticia y el dolor de miles de personas, muchos de ellos niños inocentes, es ser corresponsable de este genocidio de la tercera década del siglo XXI, inadmisible para sociedades, organismos, grupos e individuos que pelean en el mundo por el respeto a los derechos humanos.
¿Se ve interpelada la universidad, institución del saber, de la razón, de la promoción del diálogo entre sus profesores y estudiantes? ¿Debe entenderse que el silencio que recorre el mundo universitario europeo sobre este problema de tanto calado social y político, humano al fin, otorga y legitima la barbarie israelí? ¿Cabe alguna esperanza de que podamos contribuir a detener este oprobio colectivo, tan masivo como inmoral, este genocidio que se sustenta en la ausencia de escrúpulos morales de muchos sectores, incluidos los universitarios?
Desde la universidad debemos sentirnos interpelados, para denunciar y oponerse a lo que está sucediendo en Palestina, a este genocidio que busca eliminar la existencia de los palestinos como pueblo. Es preciso elevar voces de desagrado y denuncia entre profesores y estudiantes, en los convenios y relaciones mantenidos con instituciones israelíes de educación superior, difundir en artículos científicos y de prensa reflexiones y alternativas cargadas de razón contra la barbarie. La opinión pública cuenta en todas partes, en nuestros países y también en Israel, y desde la universidad deben emerger voces autorizadas de denuncia, y también de propuestas de diálogo y de razón.
Hay otra faceta de nuestro sentir universitario que debemos apoyar y cultivar, como es la del apoyo crítico a colegas universitarios israelíes que sufren a diario el horror de estas prácticas genocidas en el interior de aquellos establecimientos hebreos. Ellos merecen también nuestro aliento para que sean capaces de defender criterios morales sólidos en una sociedad israelí como la actual, tan sometida al dictado de una mayoría gubernamental y parlamentaria sin escrúpulos, brutal, genocida. Por los contactos mantenidos desde hace años con profesores universitarios de Israel nos consta el drama moral que muchos de ellos están padeciendo en su propia carne, en sus hijos y familia, y también hay que animarles a la resiliencia, que no resulta fácil en aquel contexto de miseria moral y brutalidad extrema.