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Opinião La libertad de catedra y el riesgo de la Universidad de Harvard

Uno de los elementos más preciados en el hombre, como individuo, es la libertad de pensamiento, de reflexionar y actuar después en libertad, sin tener que someterse a ningún corsé impuesto, sin quedar inmovilizado por ninguna camisa de fuerza impuesta desde fuera por elementos ajenos. La libertad de pensar y decidir de manera autónoma es la principal seña de identidad de la persona, es consustancial a su ser, a la parte superior de la estructura de la personalidad.

La universidad es la institución que en el mundo define y cataliza la capacidad de los hombres para alcanzar los niveles superiores de pensamiento para más tarde traducirlos en la formación de personas cultas, de capacitar a excelentes profesionales en todos los campos de las ciencias y saberes, de crear conocimiento original mediante diferentes, numerosos y cualificados proyectos de investigación, y finalmente con completar la misión de extender sus aportaciones a la sociedad en forma de transferencia tecnológica y de la extensión universitaria a todos los sectores sociales. Al menos es lo que se pide a una universidad pública, y a aquellas universidades particulares que cifren su existencia en ir más allá del puro mercadeo, de superar el formato de academia dedicada al negocio de la enseñanza como empresa.

Nos llegan estos días informaciones periodísticas muy preocupantes, que afectan a la libertad de pensamiento y de cátedra de universidades muy importantes en varias partes del mundo, añadidas a las habituales que se producen en universidades propias de modelos de sociedad que tiene restringidas o eliminadas las libertades de pensamiento y de cátedra, de enseñanza libre.

No nos referimos ahora a las universidades que están sometidas a regímenes totalitarios carentes de democracia (Irán, China, Arabia Saudí, Cuba pueden servirnos de referencia, entre otros), donde el ejercicio de las libertades está muy restringido o anulado por completo. Así ha sucedido siempre en todos los modelos de Estado absolutista a lo largo de la historia, y en los más próximos a nosotros, los representados en el nazismo alemán, el fascismo italiano, el franquismo en España,  el salazarismo en Portugal o algunos de los estados islamistas radicales. En todos esos casos la universidad no estaba al servicio de la sociedad, actuando libremente en el ejercicio de sus misiones, sino que había sido convertida en la voz de su amo, había sido desactivada en lo más profundo de su ser, su libertad de pensar, enseñar,  investigar y de proyectarse al exterior.

Lo que ocurre estos días con la política universitaria ejercida por el presidente de los USA, D.Trump, nos llena de preocupación, de congoja, personal y colectiva. En el marco de su concepción ultraconservadora y radical ha emprendido una lucha sin cuartel contra todos los modelos de solidaridad social, contra los emigrantes, los homosexuales, los programas de defensa de los derechos de las mujeres, las políticas antiracistas, las actuaciones en apoyo de los grupos sociales más desfavorecidos, fomentando el negacionismo climático, y más. Está eliminando todo signo de solidaridad en los programas de apoyo internacional a los países más pobres, limitándose a ponerse en manos de compañías sin escrúpulos que solamente proponen un modelo extractivo.

Una de las acciones más llamativas del trumpismo, en la línea que comentamos, es querer retirar apoyos federales a todas las universidades que promuevan programas de docencia e investigación relacionados con la acción social sobre grupos desfavorecidos o simplemente diferentes a los que se consideran canónicos y prototipo de la sociedad norteamericana que le ha votado en las urnas.

Por ejemplo, solamente a la Universidad de Harvard, la más importante de todas en el pais y en el mundo, se le va a retirar el apoyo federal de más de 2500 millones de dólares, destinados a impulsar programas sociales, o como forma de presión por haberse pronunciado en contra del genocidio judío sobre los palestinos de Gaza. Harvard ha levantado la voz en defensa de la libertad de pensamiento y acción.  No es el único caso, desde luego, porque son ya varias las universidades de Estados Unidos que han gritado y se han pronunciado contra ese formato trumpista, ultraconservador, de coerción y ahogo de la libertad de cátedra, de negación de la autonomía de las universidades.

Lo grave de la situación es que ese modelo de actuación contra la libertad de cátedra lo hace visible Trump, pero se sostiene en un importante círculo de oligarcas supermillonarios y, lo que es aún más grave, en un partido llamado republicano que domina las más importantes instituciones políticas de los USA, con el respaldo de más de 77 millones de votantes en las últimas elecciones presidenciales. Es para ponerse a temblar, pero también para ser capaces de buscar vías de protesta y de defensa de otros modelos sociales más democráticos y solidarios, en este caso desde la universidad.

Sin irnos demasiado lejos, como ocurre en los USA, también en Europa comienzan a producirse proposiciones políticas tan socialmente deshonestas para las universidades como las mencionadas. Por mencionar solamente un ejemplo de lo indicado, hemos de referirnos a la política universitaria de la Comunidad de Madrid; ahí, su presidenta I. Ayuso viene impulsando una decidida campaña de desactivación de las universidades públicas, negando y demorando subvenciones, fomentado las llamadas universidades-academias de negocio, y poniendo en duda todo tipo de programas de docencia e investigación relacionados con los sectores sociales desfavorecidos. Es una concepción negativista de la libertad de cátedra, entre otras muchas expresiones de la ola reaccionaria que recorre el mundo, y a la que hemos de ser capaces de ofrecer resistencia y proyectos alternativos, siempre desde la autonomía universitaria y la libertad de pensamiento.

Harvard ahora puede convertirse en una llama viva, en una llamada de atención a las universidades del mundo para rebelarse contra esta ola reaccionaria  que va contra los avances sociales y el progreso general de la humanidad,  que parece crecer por doquier como un terrible fantasma, y que también afecta de lleno a la universidad, y a su bien más preciado como es la autonomía y la libertad de cátedra y de pensamiento.

José María Hernández Díaz
Universidad de Salamanca
jmhd@usal.es