Hace muy pocas semanas la Universidad de Salamanca otorgó a posteriori el máximo honor académico de “Doctor Honoris Causa” a Miguel de Unamuno, quien fuera catedrático de la Facultad de Letras desde 1891 hasta su jubilación en 1934, decano, vicerrector y rector eterno desde 1900 hasta 1936. Esta brillante trayectoria académica padeció algunas interrupciones obligadas, como por ejemplo el destierro a que fue sometido por la corrupta monarquía de Alfonso XIII y la Dictadura Militar de Primo de Rivera entre 1924 y 1930, a la isla de Fuerteventura y después a Francia.
El acto académico que referimos resultó especialmente brillante y emotivo. Recibieron el diploma del título dos de sus nietos, ya de edad muy provecta. Otro nieto, Pablo de Unamuno, catedrático de medicina, expuso en el Paraninfo una brillante laudatio académica de su abuelo. El rector de la Universidad de Salamanca, Ricardo Rivero, ofreció una muy bien construida alocución en torno al significado de la figura de Unamuno frente al dogmatismo y a favor de la razón. Todo el ceremonial resultó muy brillante y emotivo, contando con varios centenares de doctores de todas las especialidades, revestidos del siempre vistoso y colorido traje académico, que quisieron (quisimos) arropar simbólicamente la figura del rector eterno de Salamanca
No tenemos la osadía de pretender descubrir aquí, en esta breve columna, la polifacética figura intelectual de Unamuno, que le ha convertido en uno de los pensadores e intelectuales más destacados del siglo XX, y no solo en España. La proyección de su figura es universal. Es bien sabido que es un destacado escritor de poesía, novela, teatro, ensayo, artículos periodísticos. Es uno de los filósofos de su tiempo más sugerentes e innovadores en búsqueda permanente de identidades personales e intrahistorias colectivas. Tuvo un permanente y sugestivo compromiso político en defensa de la libertad y de los humildes, no exento en ocasiones de ciertas contradicciones, desde diferentes tribunas en Casas del Pueblo, centros obreros, casinos, tertulias, concejalías del Ayuntamiento de Salamanca, Diputado a Cortes, Presidente del Consejo Escolar de España en 1931. Solo, tal vez, le faltó que le pudieran otorgar el Premio Nobel, aunque estuvo nominado al mismo en varias ocasiones, pero los sectarismos dogmáticos y la inquina política oficial española del momento movió todos los hilos posibles para impedirlo, y lo lograron.
Hay una faceta, sin embargo, que no está tan estudiada en la trayectoria unamuniana, aunque pueda parecer atrevida esta afirmación, porque trabajos sobre ella existen. Nos referimos a su relación con los estudiantes, no solo como rector y político, que lo fue y frecuente, sino como profesor, como educador a la vez. Sin embargo, de manera menos sistemática, pero real, encontramos en Unamuno esa veta pedagógica y formativa, desgranada en novelas y pequeños ensayos, que también ha convertido a nuestro rector en un profesor original, creativo y único, al menos en la perspectiva de su tiempo histórico y pedagógico.
Solamente como botón de muestra vamos a referirnos a uno de los muchos testimonios que expresan esa brillante condición de profesor y educador especial con sus estudiantes.
Es bien sabido que en nuestras universidades, al inicio oficial de cada curso académico, se celebra un día especial, una denominada a veces “Fiesta de la Ciencia”, un acto realmente ceremonioso, simbólico y de alto significado académico, que entre otras manifestaciones incluye una lección magistral inaugural, recordando un modelo docente de origen medieval. Un catedrático de prestigio es nombrado por el rector de turno para pronunciar un discurso de inauguración del curso sobre un tema libre, que con frecuencia tiene relación con la especialidad del conferenciante que lo pronuncia, o con algún asunto que afecte a toda la comunidad universitaria. Luego el texto es editado por a institución.
Para la inauguración del curso académico de la Universidad de Salamanca del año 1900, hace ahora 124 años, fue elegido Miguel de Unamuno, catedrático de la Facultad de Letras. El tema que eligió nuestro profesor aquí comentado fue en su alocución ilustrativa encaminada a todos los estudiantes de la Universidad de Salamanca, “Consejos sobre el ánimo con que han de perseguir sus estudios y advertencias respecto a lo que de ellos debemos esperar”.
Se trata de un breve opúsculo, editado en la imprenta de Núñez Izquierdo en el año 1900, en el que invita a los alumnos a despertar de la modorra personal y colectiva que vive la España del momento, a la que es preciso regenerar, inocular nuevos ánimos. Dice a los estudiantes que ellos son la semilla del cambio, de la transformación, y por esto deben dejar de ser conformistas para ser creativos y capaces de hacerse preguntas, de interrogar su presente, de observar e indagar a las gentes de su entorno, para descubrir las señas de identidad colectiva.
Dice a sus estudiantes que han de dejar de ser librescos, atados a una cultura destilada al margen de los intereses reales de la sociedad y formalizada en aquellos manuales rígidos que atan la libertad de pensar. Les anima a ser creativos, a formarse con los ojos y los oídos bien abiertos, a ser libres, a abandonar una educación con anteojeras, a vivir la vida por la ciencia y en ella. Es preciso manejar los libros, nos dice, pero sin dejarse encerrar por ellos para aprender lo que es preciso para la vida.
Al mismo tiempo se dirige a los profesores, indicando que el principal deber de un docente universitario es tratar de despertar en sus alumnos la afición por la disciplina que enseña, de invitarles a amar el estudio de la misma, porque estén bien motivados, de promover la curiosidad por el conocimiento, por su aprendizaje. Pero siempre con la verdad por delante, para unos y otros, para profesores y estudiantes.
Estas reflexiones que nos traslada la lectura de aquel no tan lejano discurso de Unamuno gozan de total actualidad, para los profesores, pero también para los estudiantes de nuestras actuales universidades. No dejarse abrazar y amordazar por la mecánica de las tecnologías, por los saberes impuestos, por los artículos científicos de revistas oficiales, por los códigos de pensamiento y conducta implantados por las potencias mundiales de las tecnologías, del poder, de las ideas hegemónicas en la educación superior universal.
Unamuno nos invita a la verdad, a la originalidad, a la creatividad, a la búsqueda del sentido profundo de lo que estudian los estudiantes y enseñan los profesores de nuestras universidades.