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Diretor Fundador: João Ruivo Diretor: João Carrega Ano: XXVII

Opinião Universidad hacia la verdad

Hace cinco lustros visitaba el Museo de la Ciencia de Jerusalén junto con un grupo de Decanos de Facultades de Educación de España e Iberoamérica, dentro de una estancia de estudio de algunas semanas sobre el sistema educativo de Israel. La visita a este gran museo, como lo fueron otras al Museo de Historia de Jerusalén, al del Holocausto, al extraordinario y Museo del Libro (centrado en los históricos Manuscritos de Qum-Ram o del Mar Muerto), y a numerosas instituciones educativas del país (escuelas, universidades, centros de educación infantil, primaria y secundaria, de formación profesional,  de educación especial,  centros de investigación en tecnología educativa o en investigación socioeducativa básica) era una actividad formativa e informativa complementaria de aquella tarea principal de expertos en educación.

En el curso de la visita guiada que los participantes en las jornadas estábamos siguiendo con gran interés en aquel Museo de la Ciencia, por cierto muy bien dotado y organizado, se produjo la coincidencia en los espacios museísticos del grupo con una joven familia de judíos ortodoxos, de cinco hijos pequeños, todos menores de diez años. El hombre y la mujer no alcanzaban a tener más de 30 años, y vestían de manera muy significativa y tradicional, identificándose con las visibles expresiones ultraortodoxas de la imagen e indumentaria ( barba, filacterias, sombrero, en el hombre;  colores, pañuelo, modelos y formas muy tradicionales de las prendas de la mujer). El guía estaba explicando al grupo la teoría de la evolución, a partir de algunos de los materiales preparados para que los niños israelíes de las escuelas de educación primaria pudieran comprenderlo. En un momento concreto, el padre de los niños, de forma poco educada y muy autoritaria, protesta contra aquella explicación de forma vehemente, lanzando un discurso desautorizante, y a continuación ordena a su esposa e hijos que salgan de aquella estancia cargada de errores y mentiras, vociferando que el guía especialista enseñaba una teoría que no se correspondía con lo que decía el Antiguo Testamento sobre la creación del mundo por Dios.

El grupo de oyentes y observantes de la sorprendente escena, entre los que me encontraba,  permaneció inerme y confundido en un principio, si bien luego comentamos la confrontación social, religiosa y científica que se palpaba en las calles e instituciones hebreas, entre ciencia y tecnología avanzadas de una parte, y convicciones religiosas muy tradicionales, y desde luego antinómicas de la ciencia en los finales del siglo XX.

Hace solamente unos meses, entre nosotros la pandemia del covid 19 generó visibles posturas negacionistas en ciertos sectores sociales y en personas de alta proyección social que parecían estar superadas (cantantes o deportistas de alto nivel, por ejemplo) y que negaban las evidencias científicas. Hace solamente unos días, expresiones recientes de algún responsable político de la comunidad autónoma de Castilla y León, de extrema derecha, que en una mesa redonda dirigida a estudiantes postulaba negarse a aceptar el cambio climático, o el carácter democrático de la Segunda República Española, entre otras lindezas, van contra lo que la ciencia nos explica.

La búsqueda de la verdad plena es una aspiración posiblemente inalcanzable  de los hombres y de la ciencia actual, es ante todo un deseo de verdad,  pero los avances de la ciencia y de la técnica nos van afianzando en algunos logros en cualquier campo de las ciencias experimentales, sociales y en las humanidades, y en ellos debemos confiar.

La filósofa Adela Cortina, en un reciente artículo publicado en periódico de tirada nacional, se preguntaba cómo era posible que en pleno siglo XXI se haya degradado tanto el afán por la búsqueda de la verdad y amplios sectores sociales se refugien en el calor y la “seguridad” de un rebaño conducido desde fuera por fuerzas extrañas e interesadas. Pero que lo aún más grave era que la universidad permaneciera con frecuencia ajena a la difusión crítica del conocimiento, y a suscitar valores de interés social para la mayoría de ciudadanos, acomodándose a las directrices marcadas por intereses económicos e ideológicos procedentes de los grandes grupos de influencia política y social en un mundo global como el actual.

La universidad nunca debe perder de vista el compromiso ético con la ciencia, y con la democracia, por lo que ha de erigirse en vigía de una actitud crítica en la transmisión del saber, en la creación científica y en la difusión a la sociedad de los avances alcanzados. Toda la comunidad universitaria, los responsables del gobierno de la institución de educación superior, los profesores de diferentes categorías, los estudiantes y sus asociaciones y organizaciones, y también otros líderes políticos y sindicales que se relacionan con la universidad, todos estamos implicados en la búsqueda de la verdad, de la afirmación del espíritu crítico y del servicio democrático a la sociedad.

La universidad de ninguna manera debe meter la cabeza debajo del ala, como la avestruz cuando ve un riesgo inminente para su seguridad. Todo lo contrario, ha de mostrarse como faro que ilumina el camino de los transeúntes por la vida y por el saber, por la creación y la difusión del conocimiento a la sociedad próxima y a otras más alejadas que también lo precisan.

José María Hernández Díaz
Universidad de Salamanca
jmhd@usal.es