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Opinião Un discurso sobre la paz desde el paraninfo

Hace unos días visitaba nuestra institución el presidente de la República de Colombia, Gustavo Petro, para recibir la medalla de la Universidad de Salamanca. Esta importante y significativa distinción, que se otorga solo en señaladas ocasiones a personas de especial significado público, fue recibida en representación de su país. El honor concedido a Colombia es consecuencia de la importante y especial relación que desde hace muchos años mantiene este país sudamericano con el Estudio Salmantino, como expresó el rector Ricardo Rivero en su intervención. El emblemático acto se celebró en el Paraninfo, templo por excelencia de la actividad académica de la Universidad de Salamanca.
En este mismo lugar, desde hace varios siglos, se vienen celebrando actos académicos de máxima significación y distinción culturales, científicas y políticas, a presidentes de gobierno, monarcas, líderes mundiales de la ciencia y de la política. Por supuesto, es el espacio privilegiado para acoger a premios Nobel, a grandes conferenciantes, inauguraciones de curso académico, celebraciones de claustros universitarios, entrega de premios extraordinarios de doctorado, o lugar para acogida y debate de elevados organismos políticos, como sesiones de presidentes de la Unión Europea, de la Organización de Estados Iberoamericanos, congresos científicos de especial resonancia mundial, entre otras actividades. Por tanto, era también el espacio académico legítimo para la entrega de la medalla distintiva al ilustre visitante colombiano.
Muchos de los lectores recuerdan, con seguridad, que, en este mismo espacio académico, el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, en el acto de la celebración del día de la Hispanidad, se produjo el 12 de octubre de 1936, poco después del inicio de la guerra civil en España, un cruce de palabras muy virulento entre el entonces rector Miguel de Unamuno y uno de los generales golpistas frente al gobierno legítimo, Millán Astray, estrecho colaborador de Franco. La defensa de la inteligencia frente a la barbarie, de la ciencia y la cultura frente a la guerra, la denuncia de la violencia institucional del ejército franquista, estuvo a punto de costarle la vida a Unamuno, pues el militar llegó a desenfundar el arma, incluso dentro del sagrado espacio universitario.
La intervención que hizo Gustavo Petro hace unos días, en ese mismo lugar considerado como el máximo santuario de la ciencia, enlazando con las palabras de Unamuno, también se centró en la contraposición entre la barbarie y la inteligencia para lograr la paz. Resultó ser la del presidente colombiano una intervención lúcida, aunque es posible que no gustase a algunos de los asistentes al acto. Hablaba quien en su día fuera guerrillero en su país, donde había empuñado las armas en búsqueda de la justicia, y que hoy aparece como adalid de la justicia, desde la instancia de la presidencia del gobierno de Colombia, después de unas elecciones democráticas limpias, de una reconocida gestión como alcalde de Bogotá durante varios años, y de reconocer que la vía democrática es el camino adecuado para construir la paz, pero también la justicia.
Por supuesto que Petro habló de paz y de justicia, de inteligencia frente a barbarie, más aún teniendo presente el trasfondo bélico que padece la Europa del Este en los últimos años, y que genera inestabilidad y graves consecuencias para millones de hombres y mujeres de todo el mundo. Pero el presidente colombiano añadió, de manera muy explícita y lúcida, que la paz solo podría ser realidad con la justicia, y que además debía sostenerse en una apuesta ecológica, en defensa del planeta Tierra, en su totalidad. Nos dijo que es preciso oponerse a la barbarie del neocapitalismo, que, además de fomentar conflictos bélicos sin fin en muchas regiones y países del mundo, va siendo corrosivo con los bienes públicos de los ciudadanos del planeta, como son la contaminación del agua, la polución del aire, los efectos del calentamiento del planeta, entre varios más. Por ello es preciso contraponer un discurso, prácticas políticas y acciones pedagógicas que conduzcan a priorizar el equilibrio ecológico, para que sea posible una paz real y justa en el mundo.
Desde esas premisas Petro hace una invitación a que las universidades asuman el compromiso de construir la paz desde la pedagogía de la paz, desde el estudio y la producción de conocimiento, desde la formación de los jóvenes estudiantes y de su proyección cultural natural hacia los espacios sociales más diversificados, los próximos y todos los que precisan de atención adecuada construida desde la razón, por muy alejados que parezcan. Solo desde esta lectura pedagógica de la política, la ciencia y de la universidad será posible “una paz perpetua” (sirviéndonos de la expresión fraguada po Kant a fines del siglo XVIII). Frente a la barbarie estructural que hoy promueve el neocapitalismo hacia la naturaleza física y social del planeta en la mayoría de las regiones del mundo, frente a la segura y acelerada destrucción de la ciudadanía mundial si no se paraliza el proceso de la barbarie y se pone remedio, solo cabe elevar y contraponer la voz de la inteligencia, que pasa por la justicia y la educación ciudadana.
La universidad, nos parece que, junto al discurso del presidente colombiano, debe asumir este reto y responsabilidad social en defensa de la paz mundial, porque es la institución que mejor puede luchar contra la barbarie, desde la inteligencia, el saber y la ciencia, y a favor de la ciudadanía global, de su vida real y armonía social.

José Maria Hernández Díaz
Universidad de Salamanca
jmhd@usal.es