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Opinião Ciencias blandas y el suicidio de Verónica Forqué

Hace muy pocas semanas supimos de la muerte, por suicidio, de la actriz Verónica Forqué, admirada cómica, una de las “chicas Almodóvar”, muy conocida, respetada y disfrutada por el público que gusta del cine, la televisión y las series. Participó con mucho protagonismo en decenas de títulos de films, de los que unos fueron comedias y otros dramas, y se proyectó también con éxito en el ámbito internacional.
El suicidio es una acción voluntaria de quitarse la vida, siendo el resultado de una enfermedad mental, transitoria o permanente, provocada por presiones externas de procedencia económica, afectiva, laboral, familiar o del entorno. También a veces el suicidio es fruto de una fría reflexión filosófica de quien decide retirarse del mundo de los vivos. Es al fin una grave falla de lo que es propio del afán de vida y superación de los humanos, que conocemos como el instinto de vida, pulsión que compartimos con todos los seres vivos, y que de forma instintiva nos lleva a esquivar y huir de todo lo que nos puede producir dolor o la muerte.
El suicidio, sin embargo, es una realidad universal, que se manifiesta a veces de forma más visible y cuantificable en determinadas áreas geográficas, países, formas de vida, edades de las personas, motivaciones filosóficas o religiosas, periodos de tiempo sometidos a pandemias o guerras por parte de un sector de la sociedad. Todos conocemos a personas que se suicidaron de forma inexplicable a veces, motivada otras, y siempre nos hemos sentido interpelados por una situación incómoda a todas luces como siempre representa la muerte, y sobre todo la muerte suicida de una persona conocida, apreciada, querida. A todos nos sobrecoge y suscita múltiples preguntas.
La edad del suicida tampoco nos deja indiferentes. En particular, lo que conocemos como el suicidio juvenil, que en el contexto de la actual pandemia sociosanitaria se ha visto incrementado en tasas muy significativas. El aislamiento, la presión del dolor colectivo, o la desaparición de familiares próximos, la tensión constante por preservar la salud, que conduce a respetar normas de prevención y protección, pero que limitan a un tiempo los imprescindibles espacios de sociabilidad, en especial entre los jóvenes, explican en parte esas alarmantes tasas de suicidios que manejamos ahora mismo, en España y en otros países próximos de nuestro entorno.
La pregunta y reflexión que nos formulamos es si la universidad tiene algo que decir en este asunto. ¿Qué se puede hacer desde la universidad? ¿Es preferible esperar pasivamente y cruzarnos de brazos si consideramos que el suicidio es un problema de siempre, y por ello irremediable?
En algunas universidades funciona un servicio propio de asuntos sociales, de atención psicológica, de orientación, que se dirige con preferencia a la atención de las conductas patológicas o extrañas de los estudiantes, y a veces profesores. No basta con indicarlo así y conformarnos con ello, aunque en ocasiones pueda alcanzar proyección externa a determinados ciudadanos, familias. La universidad pública debe asumir estas acciones de apoyo sociosanitario, pedagógico y psicológico como un asunto que le compete desde su compromiso ético, y por ello ha de mostrarse activa aplicando diferentes actuaciones. Lo debe intentar formalizar, además, con todos los recursos disponibles, y desde propuestas decididamente interdisciplinares. Entre otras razones porque, como hemos advertido, el suicidio de las personas es un tema de extrema complejidad, en el que intervienen factores sociológicos, sanitarios, educativos y pedagógicos, psicológicos y económicos, jurídicos y filosóficos. Es decir, hay que asumir que debe prestarse atención a las aportaciones de las ciencias experimentales y biosanitarias (llamadas ciencias duras) a mitigar o evitar el incremento de suicidios, pero también es necesario escuchar a otras ciencias y especialidades denominadas blandas (sociología, ciencias sociales, jurídicas, de la educación , de la psicología, entre otras).
Una universidad determinada de las nuestras justifica su existencia principalmente por la formación de profesionales, que en el campo que ahora mencionamos (el suicidio) alude a médicos, enfermeros, fisioterapeutas, farmacéuticos, biólogos, bioquímicos, pero también a un listado amplio de otros ámbitos científicos que podemos situar en la prevención sociopedagógica, la orientación educativa, la psicología, la sociología, el derecho, la filosofía y las humanidades en su conjunto. Por tanto, es preciso fomentar en cada una de estas especialidades, que hacen aflorar cada año al mercado y a la sociedad grandes cupos de profesionales, tratamientos y formación relacionada con el suicidio, y no actuar como don Tancredo en la conocida suerte de la tauromaquia, es decir, permanecer inmóvil y mirar para otro lado obviando así comprometerse con el grave problema social y humano que representa para todos el suicidio, y sobre todo si se erige en fenómeno practicado con frecuencia.
Al ser la producción de conocimiento, la investigación , la segunda gran misión de la universidad, cuando en la universidad se aborde el suicidio debe hacerse con rigor científico, con buenas investigaciones, pero no sólo las procedentes del campo médico y sanitario, o de otras ciencias experimentales/duras próximas. Es imprescindible abordar el suicido desde una investigación interdisciplinar y compartida porque, como ya hemos advertido, el problema es pluridimensional, y en consecuencia ha de abordarse de forma interdisciplinar, tomando como punto de partida la complejidad del mismo. En consecuencia, la respuesta investigadora de la universidad ante el suicidio ha de ser compleja, interdisciplinar, y enriquecida por múltiples matices explicativos.
Finalmente, resulta día a día perentorio e imperativo, que existe flujo de relación, extensión académica, y transferencia de resultados hacia la sociedad. Hay que promover esta acción universitaria, de forma constante, hacia muy diferentes grupos humanos. La sociedad espera de la universidad, también soluciones ante los asuntos complejos y difíciles de abordar que surgen en el camino de la vida. En consecuencia, es preciso ofrecer a los ciudadanos de todo tipo, afectados o interesados por el suicidio, recursos formativos en seminarios, cursos de formación, explicación de éxitos investigadores, publicaciones, servicios de apoyo y orientación, en particular a los jóvenes y mujeres, que son los dos sectores en que se manifiesta con mayor intensidad el fenómeno del suicidio.
El suicidio es un asunto de todos, no solo de los directamente afectados, y requiere respuestas permanentes y ordenadas con base científica, que debe proceder de todas las ciencias relacionadas, ya sean las llamadas duras o las blandas. Las universidades pueden ofrecerlas a los ciudadanos.

José Maria Hernández Díaz
Universidad de Salamanca
jmhd@usal.es